La chica de la cabina
Acababa de llegar a la ciudad y ya se encontraba perdido en una de tantas calles con su humilde bolso de viaje en la mano. Había llegado demasiado tarde como para poder cambiar algo de dinero y llamar por teléfono, así que intento pedir un euro a un transeúnte.
-Perdone, ¿puede dar euro para teléfono?, yo acabo de llegar a ciudad y…
Su español quebrado no inspiro confianza al hombre de la gabardina que ni siquiera respondió y paso de largo a pesar de su intento de retenerlo por un brazo.
* * *
Menuda gentuza -pensó- cada vez hay más de estos por la calle, acabaran echándonos de nuestra propia ciudad. Aunque no le había quedado muy claro si había sido un intento de atraco o una petición por necesidad, había ignorado a aquel hombre por costumbre: nunca se paraba con gente de ese tipo.
Poco después llegaba a uno de los bares del barrio, donde solía ir a ver el fútbol. Era uno de esos locales antiguos con barra metálica, azulejos y parroquianos leales. Se sentó en la barra y pidió una cerveza. Mientras le servían se puso a conversar con el propietario, le conocía desde hacía años: -pues ya ves Paco, a cabo de cruzarme con un polaco que quería robarme- el anécdota devino rápidamente en hazaña. El dueño, divertido por la historia acabó por invitarle –déjalo esta la paga la casa, de recompensa por enfrentarte a los delincuentes de la ciudad-
Fue un momento al servicio, se despidió y salió del bar. Cruzó y siguió calle abajo por la acera cuando reparó en que el bolsillo del pantalón estaba vacío. Se paró en seco y empezó a tantearse buscando la cartera: tampoco la llevaba en la chaqueta. Mientras rebuscaba frenéticamente entre su ropa una chica que sostenía el teléfono de una cabina se dirigió a él:
-oye, tienes… diez céntimos sueltos- era bonita y en su sonrisa había un aire de exagerada despreocupación.
-es que… me faltan para llamar por teléfono- añadió. Tenía los ojos entrecerrados y enrojecidos.
-No, no tengo, pero si quieres te dejo el móvil – se lo dio mientras pensaba donde podía haber olvidado la cartera.
La chica marcó y comenzó a hablar: -¡hola! Paco, ¿te acuerdas que te dije que esta semana venía mi padre a verme?, sí, mira es que habíamos quedado en tu bar y… ¿no habrás visto por ahí a un hombre así, ya mayor con bigote y que habla mal español? y… si, -esperó un momento en silencio- ¡ah! ¿papá que tal el viaje?, sí ya se, pero bueno, es que… me he entretenido y creo que todavía tardaré un poco más, sí –suspiró-, un poco mas… –
-el hombre de la gabardina la miró con extrañeza al oírla hablar en una lengua extranjera-¿donde habré dejado la cartera?, ¡el puto polaco! ¡seguro que ha sido él!.
Acabó la llamada y le devolvió el teléfono. La chica miró atrás un momento y se fue calle abajo sin decir nada dejando tras de si el olor de un perfume impersonal mezclado con el del vino. Sin perder un momento, el hombre se puso a buscar el número de su banco en el móvil. Mientras llamaba para cancelar la tarjeta de crédito vio a la chica de la cabina perderse en la noche.
[Autor: onirica. Enero de 2005]
10 de febrero de 2005, a las 2:47 pm
Las chicas bonitas no se emborrachan.